CIUDADES INVISIBLES (Italo Calvino)

BERSABEA

La imagen que la tradición divulga es la de una ciudad de oro macizo, con pernos de plata y puertas de diamante, una ciudad joya, toda taraceas y engarces, como puede resultar del estudio más laborioso aplicado a las materias más apreciadas. Fieles a esta creencia, los habitantes de Bersabea honran todo lo que les evoca la ciudad celeste: acumulan metales nobles y piedras raras, renuncian a los abandonos efímeros, elaboran formas de compuesto decoro.

Creen empero estos habitantes que otra Bersabea existe bajo tierra, receptáculo de todo lo que tienen por despreciable e indigno, y es constante su preocupación por borrar de la Bersabea de afuera todo vínculo o semejanza con la gemela inferior. En lugar de los techos imaginan que haya en la ciudad baja cajones de basura volcados, de los que se desprenden cortezas de queso, papeles engrasados, agua de platos, restos de  deos, viejas vendas.

SMERALDINA

En Smeraldina, ciudad acuática, una retícula de canales y una retícula de calles se superponen y se entrecruzan. Para ir de un lugar a otro siempre puedes elegir entre el recorrido terrestre y el recorrido en barca, y como la línea más breve entre dos puntos en Smeraldina no es una recta sino un zigzag que se rami ca en tortuosas variantes, las calles que se abren a cada transeúnte no son solo dos sino muchas, y aumentan aún más para quien alterna trayectos en barca y transbordos a tierra  rme. Así el tedio de recor- rer cada día las mismas calles es ahorrado a los habitantes de Smeraldina. Y eso no es todo: la red de pasajes no se dispone en un solo estrato, sino que sigue un subibaja de escalerillas, galerías, puentes convexos, calles suspendidas. Combinando sectores de los diversos trayectos sobreelevados o de super cie, cada habitante se permite cada día la distracción de un nuevo itinerario para ir a los mismos lugares.